martes, 15 de enero de 2013

Una reflexión más acerca de la #LSP

Desde que Vitruvio decidió establecer los tres principios básicos a los que la arquitectura debía atenerse ha llovido mucho. Tanto que quizás el papel del arquitecto, entendido como maestro director del proyecto y de la construcción de arquitectura esté, quizás, a punto de desaparecer.
Esos tres principios que Vitruvio dio en llamar utilitas, firmitas y venustas, han acompañado desde entonces el desarrollo de esta bella arte, tan noble por un lado, y tan denostada por otro. Ese equilibrio perfecto y teórico entre estos tres principios referidos a algo que se podría traducir como uso, firmeza y belleza, suponen un reto cotidiano al que la sociedad debe dar respuesta  a la hora de proyectar y construir edificios, o como se diría en el idioma de los tiempos: “producir arquitectura”. Casi nada, si tenemos en cuenta que para cumplir con las necesidades de uso para las que un edificio está destinado, garantizando su estabilidad y durabilidad en el tiempo además de un nivel adecuado de confort en su interior, y procurando esa belleza que todo edificio debiera poseer, es necesario formar a un profesional muy singular que se hace llamar arquitecto.
El arquitecto, en su papel de proyectista y director de obra es el profesional más ampliamente formado para dedicarse a esta labor, no sólo por poseer los conocimientos técnicos adecuados para dar solución a las labores que se derivan de ese firmitas, sino también por contar con una formación humanística que le permite entender las maneras de habitar del hombre y su forma de ver y entender  el mundo que le rodea, para así dar forma a la arquitectura cumpliendo con esos utilitas y venustas que antes mencionaba.
Sucede que los tiempos cambian y el papel del arquitecto se cuestiona. Lo que antes servía, ya no nos vale y la gran máquina de legislar decide tomar cartas en el asunto en favor de la libre competencia y la competitividad. Se pretende abrir el sector de la edificación a todos los profesionales que tengan algún conocimiento en esta materia. Sin exclusividad de nadie. Todos a edificar en igualdad de condiciones.

O quizás no.

Y me atrevo a dudarlo porque aunque algunos puedan pensar lo contrario, los arquitectos no somos iguales que los ingenieros. Nuestra formación comparte un sustrato común con las ingenierías en los primeros cursos, pero las asignaturas que se nos imparten a lo largo de la carrera, profundizan y especializan a un profesional preparado para construir arquitectura. Y no simplemente edificar, que es lo que quizás algunos piensan de nuestro trabajo.
Entro en este farragoso terreno donde el arquitecto intenta explicar que su oficio no es sólo dibujar unos planitos y echar dos números para dimensionar el armado del forjado, donde intentamos (siempre sin éxito) convencer al cliente de que nuestros diseños llevan consigo mucho trabajo y horas de reflexión, además de años de formación y conocimiento de una disciplina de la que todos creen saber demasiado y pocos respetan. Este terreno farragoso al que se ha llegado después de años de desprecio hacia todo lo que no es científico, matemático o tiene un origen claramente numérico. Porque, seamos francos, ¿cuántas veces se escuchó en el bachillerato que por letras iban los zoquetes?, ¿cuántas veces se ha despreciado el estudio de la lengua, la filosofía, el arte o la literatura porque no es algo productivo? ¿Por qué no fomenta el I+D?  Llevamos años avanzando hacia un mundo en el que todos teníamos que ser ingenieros, porque periodismo era una salida directa al INEM, y filosofía era un nido de fumetas sin ambición. Pues bien: ahora nos toca a nosotros.

Arquitectura, todavía bien considerada por nuestros padres, pasa por ser ésa ingeniería con “algo más”. Esa ingeniería “no tan ardua” y divertida, donde además de estudiar física y matemáticas, se hacen dibujitos y se va a exposiciones culturetas. Es una ingeniería para hacer casas. He aquí el problema: no hay quien explique a un ministro de economía, qué es lo que podemos aportar como profesionales que no pueda aportar un ingeniero, porque aunque les pusiéramos un plan de estudios delante de las narices, “todo eso” que nosotros dominamos y ellos no, aparentemente no tiene ningún valor. Y no lo tiene porque es difícilmente cuantificable. No se trata de cálculos ni de numeritos en tablas. Se trata de otra cosa que no voy a explicar hoy aquí, porque ya la cuentan en esas tropecientas escuelas de arquitectura durante 6 años a los aproximadamente 30.000 arquitectos que están en camino. Formándose para hacer arquitectura.
Supongo que en un país acostumbrado a vivir al ritmo de los tambores que tocan otros, las órdenes son órdenes y así se hacen cumplir. Siempre está muy a mano esa Europa que se supone garante internacional de unos elevados valores, incluso al mismísimo nivel de nobel de la paz, pero que cuando se trata de imponer medidas que favorezcan los intereses de grandes corporaciones parece funcionar como el más liberal lobby del otro lado del Atlántico. Porque al fin y al cabo se trata de eso. Se trata de acabar con el pequeño estudio de arquitectura, incapaz de competir con ésas megaempresas con acceso a financiación y capaces de soportar honorarios irrisorios para apoderarse de un mercado muy jugoso en tiempos de bonanza. Se trata de desplazar los intereses de un gran colectivo para favorecer a un puñado de grandes imperios de la construcción y la obra pública, donde podremos encontrar en nómina (oh! Sorpresa!!!) a  ingenieros.  Ingenieros que, gracias a esta modificación legislativa, serán un profesional mucho más versátil y deseable para su contratación que cualquier arquitecto.

Así que para terminar este artículo, lanzaría una idea a los navegantes y agentes negociadores de despacho y asamblea: Efectivamente, esto no se trata de ningún conflicto con ingenieros. De hecho, muchos de ellos están aún más estupefactos que nosotros preguntándose cómo va a ser eso de construir edificios. Si de mí dependiera, dejaría a todo ingeniero que así lo desee y esté formado para ello, participar como co-proyectista firmando proyectos de estructuras, instalaciones, telecomunicaciones o lo que sea. Peeeeero, de prescindir de nosotros nada. Todo lo contrario. Propongo jugar todos juntos en el patio para disfrutar de los futuros días soleados en equipo. Un equipo que se hace extensivo a ésas construcciones específicas vinculadas a su rama de actividad que hasta ahora podía firmar un ingeniero a solas. Vamos a entrar a revisar esos engendros que pueblan el medio rural gallego o la estepa castellana.  Porque en este asunto todos tenemos algo que decir, y a juzgar por los resultados, se está echando de menos la mano del arquitecto. Además, con 80.000 arquitectos pululando por esta piel de toro, se necesita una salida para aprovechar todo el potencial que podemos devolver a la sociedad. Una sociedad que ha invertido mucho dinero en formarnos, y que tal y como andan las cosas, se está desperdiciado al regalar profesionales altamente cualificados a países que no invirtieron un duro en ellos. ¿No se trata de economía? Pues así los números no cuadran.

Dejémonos de chorradas y apuntemos hacia donde nacen los conflictos, pues para encontrar la motivación de una ley cualquiera, normalmente basta con formular la pregunta: ¿a quién beneficia?
En la respuesta están el origen y los culpables de este cisco.

@Mr_Lombao

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