viernes, 7 de junio de 2013

La madre del arquitecto

Se ha hablado ya demasiado acerca de los sueños rotos de una generación de jóvenes bien formados. Se ha hablado demasiado de la decepción, del paro y del hastío de intentar avanzar contracorriente en un mundo que parece empecinado en retroceder. Se ha hablado demasiado del drama de la emigración, de esa generación perdida, de esos jóvenes que no tendrán hijos en España y que llevarán los nombres de Pepe y Paco hasta la Conchinchina y más allá para sorpresa de muchos, que aún piensan que la emigración es una broma, una especie de Erasmus 2.0.

Sin embargo, ensimismados como estamos en nosotros mismos y en nuestros problemas, hemos estado olvidando durante demasiado tiempo algo importante. Hemos estado olvidando a nuestras madres. Hemos dejado pasar el drama materno porque al fin y al cabo, es algo secundario. Ellas, ya veteranas, enfilando su jubilación o ya jubiladas son espectadoras de este drama. Son actrices de reparto destinadas a mirar, lamentar y pasar un pellizquín de vez en cuando para que sus hijos puedan seguir viviendo como si no hubiera pasado nada. Porque no nos engañemos: puede que los jóvenes estemos aún digiriendo la situación, pero nuestras madres, en general, están alucinando y disfrazan de falsa experiencia una fría pose que va desde la preocupación hasta la confianza sabiendo siempre, en el fondo de su corazón, que las cosas pintan feas. Muy feas.

Puede que sea mi espíritu de psicólogo frustrado, o puede que sea herencia de los libros de autoayuda que leí para superar primero de carrera, pero cuando pienso en nuestras madres, a menudo encuentro el mismo perfil: se trata de mujeres luchadoras, madres trabajadoras casi siempre, que han sabido inculcar en sus hijos la moral del trabajo y del esfuerzo como vía segura para alcanzar el éxito. Son madres con fortaleza capaces de empujar a sus hijos frente al desencanto, frente a los problemas y frente a la flaqueza de sus retoños, conscientes de que el futuro es sólo para los mejores. Conscientes de que el esfuerzo siempre tiene recompensa y confiadas en el camino que la sociedad brinda a los que sepan sobrellevar la carga y asumir la responsabilidad de pelear por superarse día a día.

Apuesto que ese discurso se ha oído de boca de nuestras madres de una u otra manera. Se trata de un discurso totalmente interiorizado y perfectamente trasladado por la sociedad, a través de nuestras madres, hasta nosotros: receptores finales del mensaje y futuros arquitectos bien avenidos. Se trata de un discurso que por potente y verosímil no pudo ser fingido en modo alguno, ni tampoco interpretado como cantinela motivadora sin más. No pudo ser una patraña. Nuestras madres no pudieron engañarnos así.

Llegados a este punto, lo que pienso es que nosotros, durante nuestra formación y desarrollo recibimos un mensaje equivocado. Un mensaje que nos invitaba a confiar plenamente en el sistema y en la “sociedad del bienestar”, porque los grandes logros ya los habían conseguido otros. Porque la lucha y las batallas ya se habían librado y nosotros estábamos aquí, en última instancia para disfrutar de “ese mundo”. Para vivir despreocupados de todo lo que no fuera trabajar y esforzarse para llegar a ser algo.

Sin embargo, y a la vista de los acontecimientos, ese mensaje no era una realidad. Se trataba más bien de un deseo colectivo alimentado por las ilusiones de una generación (la de nuestros padres) que sentía el progreso en sus propias vidas. Una generación satisfecha con lo que se había alcanzado y confiada en la tendencia alcista del nivel de vida. Una generación que transformó una España humilde y acomplejada en una potencia mundial capaz de chocar las cinco a los americanos en las Azores y pelear por su silla en el G-8.

Por eso me he sentado esta tarde a escribir. Para reconocer el esfuerzo y la buena voluntad de nuestras madres, pero también para decirles que estaban equivocadas. No disfrutaremos de “ese mundo” gratis. No nos regalarán los privilegios que creísteis asegurados. No vendrán señores con corbata a ofrecernos 45.000 euros al año, ni nos contratará la vecina para que construyamos su casa. O al menos no de momento.

Tendremos que usar vuestros consejos para llegar más lejos y ser más valientes. Para plantar cara a la injusticia y pelear por nuestros derechos ante quien intente arrebatárnoslos. Tendremos que emplear esa fuerza y esa constancia que nos inculcasteis para mancharnos las manos en el barro y conseguir salir adelante con todas nuestras ganas. Pero no será un regalo. No estará el futuro esperándonos para regalarnos caramelitos. Habrá que pelearlo. Y eso es algo con lo que vosotras no contabais.

@Mr_Lombao