martes, 8 de julio de 2014

Incomprendidos

Siempre he querido evitar este cliché: la idea cansina de que el arquitecto es una especie de genio incomprendido, solitario y arrogante, que se mueve por impulsos extraños que guarda para sí mismo y rehúsa compartir.

Pensaba y aún pienso, que el arquitecto debe ser ese profesional transparente, dialogante y firme que es capaz de buscar acuerdos y soluciones comunes para desarrollar su trabajo. Sin embargo, poco a poco, la realidad me va empujando hacia el temido estereotipo, como queriendo recordar que las cosas son como son porque el mundo es como es, dejando la labor del arquitecto en un limbo entre lo que deberían ser las cosas (y las casas) y lo que son en realidad.

Se puede decir que esta preocupación empezó a crecer en mi interior cuando estaba en segundo o tercero de carrera y vivía aún con mis abuelos. Estaba construyendo una maqueta para un proyecto de residencia estudiantil, junto a la muralla de Segovia. Y me estaba quedando bonito. Mi abuelo pasó por el pasillo y se asomó para ver en qué estaba gastando el tiempo.
Me miró y preguntó:

-¿Cuándo vas a dejar de hacer maquetitas?

La pregunta me pilló por sorpresa. Recuerdo como una punzada en el corazón. No sólo por la pregunta, sino también por el diminutivo. Para mi abuelo, aquello que estaba haciendo era un juego que tendría que estar superado. Entendía que hacer maquetas debía ser una fase en la formación del arquitecto, pero obviamente aquello tenía que terminar en algún momento. Supongo que debería realizar sesudos cálculos de estructuras, estudiar historia, o leer tratados de construcción. Pero hacer maquetitas era un jugueteo demasiado poco serio para un alumno de tercer curso.
Mi respuesta fue tajante, en concordancia con el cabreo que tenía encima.

-Nunca… supongo.

Y añadí el “supongo” para quitarle hierro a mi brusquedad, como dejando entrever que aquella no era una decisión mía, aunque por aquel entonces, mientras hacía esa maquetita, ya me estaba dando cuenta de que aquello era lo más cerca que iba a estar de hacer arquitectura en mucho tiempo y que probablemente, usaría ese recurso el resto de mi vida sí quería alcanzar buenas soluciones en mis trabajos.

Hoy en día, efectivamente sigo haciendo maquetitas y supongo, que para muchas de las personas que me rodean (amigos o clientes), sigue pareciendo el mismo jugueteo prescindible que posiblemente mi abuelo apreciaba. La diferencia es que ya no intento trasladar el sentido de mi trabajo con la misma intensidad y beligerancia. Ya no sufro tanto cuando veo que alguien menosprecia mi trabajo o no lo entiende. No intento explicar en qué consiste la arquitectura, o cómo la entiendo, porque es muy cansado y poco fructífero.

Simplemente sigo trabajando con la esperanza de poder llevar a cabo algo de lo que imagino en mis maquetas, en mis dibujos o en mi cabeza. Y espero a que llegue el día en que la arquitectura explique, por sí sola, lo que yo no alcanzo a exponer con palabras.

Quizás, de este modo, consiga mi objetivo de ser ese profesional transparente y dialogante, pese a haber caído en el cliché que tanto detesto

@Mr_Lombao