lunes, 14 de enero de 2013

¿Qué vale una vida?

Hace algunos años, durante nuestro paso por la escuela, leímos un artículo en el Croque (publicación a la que secretamente añoramos), donde se relativizaba abiertamente la importancia de la arquitectura y su papel central en la vida de los arquitectos, llamando a una reflexión, que en estos tiempos de crisis se hace necesaria.
Vivimos días de depresión, en los que tras pensar que en nuestro oficio nada podía marchar peor, la realidad -testaruda- vuelve para demostrarnos que sí, que el recorrido hacia los infiernos es largo y que siempre podremos descender un poquito más, adentrándonos en un nivel de desesperación hasta entonces desconocido y con una perspectiva cada día más oscura.
Por ello, creemos que puede resultar incluso saludable, levantar la cabeza, racionalizarlo y por un momento relativizar las cosas, para mirar el mundo con otra perspectiva, reflexionar fríamente y pensar en lo que verdaderamente deseamos para nuestro futuro. Desde la ingenua pero certera mirada de un estudiante de arquitectura, os invitamos a hacerlo:

Demasiadas veces renunciamos a otras cosas por la arquitectura, en general lo hacemos con la ligereza de quien se cree esclavo, carente de alternativas, hemos elegido esta carrera y es lo que nos toca porque no puede ser de otro modo… ¿no puede?
    Habrá quien juzgue esta crítica como una queja de algún vago, y seguramente resentido, que no vale para arquitecto y se queja porque no tiene tiempo para botellones, en fin… hay gente para todo, pero yo no creo que unas pocas fiestas sean lo único de lo que nos vemos privados.
    Durante cuatro meses dos veces al año el orden cósmico cambia y la vida se vuelve un sin sentido. La arquitectura se pone en el centro y nuestra vida comienza a girar, dejando de lado asignaturas “secundarias”, amigos de otras carreras, parejas incapaces de entender, padres preocupados por las ojeras… La vida se vuelve arquitectura y parece que todo el mundo, dentro de la escuela, se empeña en decirnos que eso es no sólo lo correcto sino también lo necesario para ser arquitectos.
    Se supone que nos preparan para lo peor, mas ¿no deberían enseñarnos a luchar por algo mejor? Debemos creernos que esto que vivimos ahora será nuestra vida en el futuro, en la que nunca se puede fallar a ninguna entrega, pero yo me pregunto ¿un arquitecto se presenta a todos los concursos y acepta todos los encargos? ¿Es peor para él no hacer una entrega porque juzga que el trabajo no está a la altura o entregar lo que tiene y caer en el desprestigio? ¿Por qué nadie nos enseña cuándo no hay que entregar? Si verdaderamente una vez eres arquitecto la vida no es así, ¿para qué hemos de pasar por este calvario?, y si lo es… ¿no es señal de que algo está funcionando mal?
    Muchas veces me entran dudas acerca de para quién existe la escuela de arquitectura. La teoría y el sentido común me llevarían a pensar que es para preparar a los estudiantes, para enseñarles y formarles no sólo como arquitectos sino también como personas. Igual lo segundo es idílico, es cosa de los padres… no lo sé, pero aún en lo primero veo que en muchas ocasiones la escuela se convierte en un templo a la arquitectura, encumbrada en un pedestal al que sólo puedes acceder mediante la renuncia.
    La arquitectura también tiene sus héroes; una vez vi una película sobre uno de ellos y tuve ganas de llorar. De indudable calidad como arquitecto, murió solo en el baño de una estación dejando atrás varias familias, unas reconocidas y otras no tanto. Ya en el final de la película se daba a entender que todo el amor que negó a algunas personas a lo largo de su vida realmente lo legó a otros a través de sus obras y queda claramente ejemplificado en un Parlamento, creo. Era su legado a todo un pueblo, que eso importara más que su familia es algo que estuve tentado a creerme hasta que caí en la cuenta de que no se trataba más que de un edificio y que lo verdaderamente importante allí eran las personas que en él desempeñaban la tarea por la que muchos otros murieron antes, esa gente era lo único importante allí y ya luchaban antes de que nadie les diera ningún símbolo. Tengo claro que se trata de un caso extremo, pero cuando comienzas a renunciar a ciertas cosas ¿qué te impide ir un paso más allá?
    Espero nunca deberle nada a la arquitectura, me sentiría muy triste si algún día tuviera que agradecerle algo a ella antes que a mi familia y a mis amigos. Me gustaría que la arquitectura fuese mi oficio pero de ningún modo mi vida, porque a fin de cuentas la arquitectura no es nada, no existe sin personas que se molesten en pensarla o vivirla, luego si sólo tengo arquitectura no tengo nada y si mi vida es ella debo estar muerto…
    Aun así le damos cada uno de nuestros alientos, horas de sueño y esfuerzos, y luego nos conformamos con recibir el beneplácito de un profesor ¿maestro o juez? Para que nos reafirme, necesitamos su aprobación y en muchos casos acabamos identificándonos con su respuesta. Todo el esfuerzo no vale nada si el juicio es negativo y aún nos sentimos culpables por ello. De su respuesta depende la justificación a ese esfuerzo y por extensión a mi vida.
    Está claro que hay mucha gente que saca adelante todo esto, y no considera en ningún momento renunciar a nada indispensable. Aceptas el modelo y te acoplas como puedes. Supongo que eso no está del todo mal, así llevas inscrita la garantía de que no vas a dar problemas allí donde te contratan poniendo en duda el funcionamiento de las cosas o con la ocurrencia de que no puedes hacer algo por motivos personales. Me gustaría saber si eso es lo que me espera antes de perder más vida en el camino, me gustaría creer que la crítica y la individualidad valen algo en todo este tinglado.
    Estuve mal y la arquitectura no me ayudó, ni me consoló, ni me abrazó… A la arquitectura no le importan los arquitectos, le da igual que trabajemos o no, si somos felices o buscamos la belleza. Puede que sea el momento en que le devolvamos parte de esa indiferencia y hagamos de nuestra vida algo más, para no encontrarnos solos o vacíos a la vuelta de la esquina.

Ikractoia. 2006.

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