miércoles, 13 de febrero de 2013

Decepción infinita

No son pocas las veces, que charlando con los pocos compañeros que todavía me quedan en España, acabamos adentrándonos en el muy trillado tema de la corrupción, el mangoneo y la prevaricación masiva que aturde y asfixia este país. Se trata del argumento definitivo que muchas veces sirve como última vuelta de tuerca para emprender el viaje hacia nuevas tierras con la esperanza de encontrar oportunidades y quizás, un mundo más justo, o al menos no tan viciado.
Es entonces cuando un servidor, que hace ya algún tiempo decidió hacer de la resistencia estoica su forma de vida, intenta defender la idea de que los problemas que ahogan nuestra economía y que empañan la política española no vienen de serie con este país necesariamente, sino que su origen está en que las personas (en general) tienden a actuar de determinada manera bajo una circunstancia concreta. Obviamente, las fronteras funcionan como una barrera que limita ciertas situaciones a un país, pero la maldad, la avaricia y la corrupción, me parecen comportamientos que no llevan la marca España por defecto, sino que surgieron de una situación de gangrena colectiva donde muchos tuvieron la posibilidad de mostrar su lado más rastrero.

Supongo que para mis compañeros y amigos, alimentar la idea de que abandonando España estos problemas quedan atrás, supone un aliciente cocinado poco a poco en sus cabezas con los ingredientes que diariamente y desde hace unos cinco años, la prensa bombardea sobre nuestras cabezas. Sin embargo, cada día que pasa, dudo de un modo más profundo que la flaqueza moral entienda de fronteras y que esta crisis de valores, sea un producto made in Spain.
Para empezar, cuando nos comparamos con otros países dónde los niveles de corrupción son menores, siempre estamos dando por hecho que se trata de lugares donde las personas, por su educación, cultura y valores, tienen una tendencia menor a corromperse. Cabría la opción de pensar que en realidad, lo que escasea en estos países, son las oportunidades para corromperse, pero quizás sus ciudadanos (y políticos) en un entorno adecuado, accederían al soborno y la prevaricación con mayor intensidad que la demostrada por los españoles.

Muchas veces estamos obviando que el estado moderno español, es un invento de 1978, nacido tras una dictadura, varios intentos fallidos de repúblicas, más dictaduras y siglos de monarquía absolutista del más rancio abolengo. Comparamos el poder de nuestro estado con países que no sólo nos llevan una gran ventaja en años, sino también en sus estructuras de control, asumidas por todas las generaciones que pueblan esos lugares. Aquí en España, mi abuelo levantó un negocio pagando ínfimos impuestos. Para él  hablar del IVA era inimaginable y enfrentarse a la complejísima estructura fiscal del estado hubiera sido, sencillamente, imposible. Arraigar un estado poderoso es una labor complicada, lenta y muy laboriosa, y aquí en España no es sólo todo esto, sino que además cuenta con el handicap de pretender satisfacer las diversas voluntades nacionalistas y sus intereses normalmente divergentes, que hacen del estado central un organismo débil, querido por unos y despreciado por otros.
Si a todo esto le sumamos la tremenda inyección de dineros europeos que estuvieron alimentando nuestro crecimiento en infraestructuras y proyectos de diversa índole, además del mantenimiento del precio del dinero en unos niveles bajísimos con el fin de satisfacer las necesidades macroeconómicas de nuestros poderosos socios europeos, te queda un país inundado de billetes e inundado de políticos, cargos de libre designación, asesores, concursos a dedo y un sinfín de oportunidades donde tonto era el último que cogía un maletín y corría a Suiza para guardarlo.

Que nadie malinterprete mis palabras, pues no es mi intención justificar delitos ajenos, ni quitar hierro a una circunstancia verdaderamente dramática, vergonzosa y a todas luces escandalosa. Pero creo que limitar esta miseria a un país concreto es mucho más que ingenuo y aspirar a evitarlas en el extranjero, de lo más iluso.
Además, esta desesperanza en nuestra capacidad como sociedad para regenerarnos y superar situaciones adversas tiene unas consecuencias mucho más profundas que el impulso a la emigración de jóvenes hastiados. Genera un tremendo daño colateral en nuestros espíritus haciéndonos creer que nada puede ser cambiado. Que el mundo está podrido y que España está putrefacta. Es una desesperanza tan profunda que nos arrastra a la inacción. A la pasividad absoluta. A una indolencia creada a modo de costra por la que resbala todo y que nos protege de la indignación activa y de la rabia poderosa que sirve de motor de arranque para el cambio. Una pérdida de conciencia activa y colectiva que no nos podemos permitir, pero que a todas luces favorece la perpetuación de estructuras de poder injustas y garantiza los privilegios de gran parte de los culpables de la situación actual.

Es por ello muy necesario dejar de generalizar y autoinculparnos por delitos que nunca hemos cometido. Que cada palo que aguante su vela, y el que tenga algo de que avergonzarse, que se avergüence (y pase por chirona, a ser posible). Pero al resto, por favor, que nos dejen en paz.
Hablo de planteamientos como “en España la picaresca está bien vista”, “los países mediterráneos son así”, “aquí defraudar a Hacienda es lo normal” y un largo etcétera de generalizaciones que me dejan siempre bastante descolocado, porque cuando acto seguido preguntas: “¿pero entonces, en tu familia, no pagáis impuestos?” rápidamente recibes por respuesta que sí. Que sí los pagan. Pero que conocen a un mengano que tenía una empresa de cacatúas que hacía facturas en papel del culo y su hija estaba becada porque claro, no declaraba todo lo que ganaba y que no hay derecho y vaya jeta, etc, etc, etc…
Parece como si buscásemos constantemente al culpable de algo. Buscamos esa muestra que demuestre la tesis de que sí, somos unos corruptos y nos merecemos esto. Nos está bien empleado por haberlo permitido. Por mirar hacia otro lado. Todos cómplices y culpables.
Sinceramente, yo miro alrededor y veo gente muy responsable. También veo gente que intenta pagar los mínimos impuestos (raro sería que quisieran pagar de más…) y veo gente que hace malabares para poder ejercer su profesión o mantener abierto su negocio sin incurrir en la ilegalidad. Veo personas que luchan por ganarse las castañas sin robar a nadie. Y veo gente moviéndose por hacer cosas, por buscar soluciones y por ayudar a los que lo necesitan.

Por eso creo, que a la hora de emprender la huida sería más sano ser sincero con uno mismo y encontrar los motivos verdaderos que generalmente nos empujan a marcharnos: el trabajo. Unos porque no lo tienen, ni lo van a tener próximamente. Otros porque el que tienen dista mucho de satisfacer sus metas personales o sus planes vitales. Pero en cualquier caso se trata de eso y no parece necesario bombear más basura en forma de argumentos contra España y contra la moral de los que se quedan. Todos vemos las noticias. Todos sacamos conclusiones. Pero sobre todo, habría que plantearse que dentro de cinco, diez o veinte años, algunos quizás encuentren lo que buscan en España. Otros, posiblemente quieran volver a comer de este plato que hace unos años consideraban lleno de mierda. Y entonces habrá que preguntarse si es que se han probado la mierda foránea y no les gustó, o si es que esto ha mejorado y son unos oportunistas.
Ninguna respuesta es buena, así que desenterremos el hacha y luchemos juntos por salir de esta, ya sea desde España o desde el extranjero. Sobran agoreros y faltan activistas sinceros. Demasiados años de inacción para resolverlo todo en un instante. El camino será aún muy largo, pero en este recorrido tendremos que escoger entre ser espectadores una vez más o participar como actores implicados en nuestro futuro. De nosotros depende. De cada uno de nosotros.
@Mr_Lombao

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