viernes, 13 de septiembre de 2013

Hablando en plata

A estas alturas de la película, a nadie se le escapa que la profesión de arquitecto en España está cambiando. La dureza de la crisis en el sector, acompañada de su persistencia en el tiempo invita a pensar en nuevas fórmulas para ejercer la profesión, abrir debates sinceros y repensar un modelo laboral desequilibrado e injusto que brindaba oportunidades a unos pocos, a costa de negárselas a otros muchos. El cambio de modelo parece ya un hecho imparable: la liberalización del sector de la arquitectura ha empujado a los profesionales hacia una espiral descendente donde sus honorarios caen por abismo sin fondo, y donde el más listo es el que menos come; hecho que unido a la enorme competencia, causada por la saturación de profesionales y la escasez de trabajos, empuja hacia la precariedad a un sector otrora boyante.

Si bien, todo lo mencionado resulta una obviedad para cualquier arquitecto que intente sobrevivir en estos tiempos difíciles, parece que el asunto económico sigue siendo una especie de tabú en el que en general, no nos gusta meternos, evitando siempre entrar en cifras concretas o en debates abiertos en este campo, pensando -quizás- que esto sería una charla de pobretones y desgraciados sin clase, muy lejos del nivel de un ARQUITECTO.

Y es que cuando uno visita (y lo hago con frecuencia) una de esas numerosas charlas informativas organizadas por el colegio de arquitectos para tratar temas de actualidad, nuevas oportunidades de negocio, o cambios en la legislación con posibles efectos estimulantes, no puede dejar de pensar en que muchos de mis compañeros (que dicho sea de paso, normalmente podrían ser mis padres) están imaginando su oportunidad para volver a encender los motores de sus apolillados estudios a través de una catarsis purificadora con origen en Decreto Ley, sin pensar en este cambio de modelo tan proclamado por los ángeles cantores, ni sentir especial interés por evolucionar a nuevas formas profesionales.

No quiero decir que este cambio de modelo excluya a nadie, ni que sea un recorrido imposible para arquitectos veteranos, pero cuestiono profundamente la voluntad de cambio de compañeros muy acostumbrados a un modelo que les dio éxito y dinero a partes iguales, y al que no tienen ningún motivo para renunciar en favor de una distribución laboral más justa, a no ser que no les quede otro remedio. Y es aquí -señores- donde hay que empezar a hablar en plata. Si tratamos el asunto con un enfoque netamente económico, encontramos que existen dos grandes grupos de arquitectos: los que tienen ahorros y los que no.

Normalmente los primeros son profesionales con bastantes años de profesión a sus espaldas, que han vivido los buenos tiempos y han sabido aprovecharlos. Sin embargo, pese a ser empresas altamente rentables en los tiempos de bonanza, mayoritariamente se han mostrado demasiado débiles a la hora de adaptarse a las nuevas circunstancias -y no es que quiera negar aquí la dureza de la crisis y el tremendo golpe que esto supuso para el sector- pero sí poner en evidencia que muchos de estos estudios carecían de perspectivas a más de dos años vista, confiando en un mantenimiento indefinido de su carga de trabajo, y sin mostrar voluntad alguna por explorar vías alternativas u otros campos de trabajo mientras la gallina siguiera poniendo huevos de oro.

Otros, fueron lo suficientemente inteligentes como para entender lo que se les venía encima, motivo por el cual se cuidaron muy mucho de crear un tejido laboral estable en torno a sus estudios, empujando a sus empleados hacia la precariedad bien pagada (al principio), no tan bien pagada (después) y no-pagada (ahora), convirtiendo sus estudios en una especie de centros de producción arquitectónica low cost donde todo el ajuste competitivo recae en el empleado, generando un desequilibrio en el sistema al competir desde la ilegalidad con otros compañeros que aún no han mudado sus estudios al nuevo régimen de república bananera adicta al software pirata.

Para terminar con este grupo de arquitectos aún pudientes, cabe destacar ésas pocas empresas que sí supieron adaptarse a tiempo, bien fuera atacando otros sectores, bien internacionalizando su actividad, o simplemente teniendo mucha suerte.

Vamos ahora con los pobretones. Vamos ahora con ese grupo (que yo consideraría mucho más numeroso) de arquitectos que no tienen un duro y que por ende se encuentran en una situación mucho más complicada. Podremos encontrar aquí un gran número de arquitectos arruinados. Muchos son profesionales que intentaron subirse a la cresta de la ola, pero el parón del sector les pilló con los pantalones bajados intentando depositar en el medio de la estepa (literalmente). Ahora encuentran gran dificultad para afrontar los pagos de sus cuotas de ASEMAS, pagar el colegio de sus hijos y terminar de pagar la hipoteca de su casa. Otros, simplemente trabajaban en estudios que quebraron y se vieron en la calle, normalmente sin ningún tipo de subsidio.
Finalmente encontramos a aquellos que nunca trabajaron o que apenas lo hicieron. Son carne de emigración y su única oportunidad consiste en haber aprendido un tercer idioma además del inglés, que les abra las puertas de un mercado laboral que aún no esté saturado por arquitectos españoles.

***

Por todo lo expuesto en los párrafos anteriores, se me ocurre que no todos los arquitectos somos iguales. Se me ocurre que hay dos ligas bien claras y se me ocurre que los organismos que deberían defender los intereses de todos los arquitectos, están en realidad buscando una salida para unos pocos, que casualmente suelen ser los mismos que forman las camarillas sectarias que los dirigen.

Me gustaría creer que gracias al miedo que proyecta la LSCP y a la lucha que vamos a tener que librar para no ver empeorar (aún más) nuestro sector, conseguiremos cierta unidad y fraternidad entre arquitectos; pero atendiendo a los desequilibrios que existen entre nosotros, parece más probable que todo reviente antes de fecundar y continuemos descendiendo en espiral por la taza del wáter hasta conseguir agarrarnos a cualquier resto que aparezca a nuestro paso.

Creo firmemente que para formar un frente común desde la arquitectura, primero habría que tomarse en serio las desigualdades internas de la profesión, para evitar que ningún arquitecto se vea arrastrado en un futuro a vivir en la precariedad, para garantizar un salario mínimo que se cumpla, para crear un marco legal que se adapte a la realidad de la profesión, pero también a la legalidad vigente y a los derechos básicos del trabajador. Y creo que si esta unidad no se consigue, el futuro de la arquitectura en España está abocado a ser un "sálvese quien pueda" mezclado con un "tonto el último", donde dependiendo de tu suerte y tus contactos podrás vivir, o no, de esta profesión que muchos consideran la segunda más antigua del mundo, y que visto lo visto, ciertamente comparte demasiadas cosas con la primera.

@Mr_Lombao