lunes, 12 de noviembre de 2012

Arquitectura ¿y revolución?

Hace tiempo que vengo dándole vueltas a esta idea de la revolución. De la arquitectura y su revolución, y para seros sincero, me siento cada vez más confuso acerca de esta posibilidad. Como si juntar estas dos palabras en la misma frase fuera de por sí un gran despropósito. Rizar el rizo. La cuadratura del círculo. Qué sé yo.
Desde siempre la arquitectura, al igual que otras disciplinas, ha tenido una preocupación social. Parece lógico pensar que los que construyen los hogares de la humanidad, se interesen en diseñar a medida de las personas, tomando a la sociedad como referente y los sueños de esta (y no los propios) como objetivo.
Por otro lado, la arquitectura siempre había sido un oficio selecto y reservado para ciertas élites que gobernaban el pastel constructor con mano de hierro. Para bien de todos (o no), las sucesivas burbujas trajeron consigo cierta democratización del oficio, pues se necesitaban muchísimos arquitectos para satisfacer las ansias de las promotoras y de este modo, el mundo de la arquitectura se abrió para muchos arquitectos que no contaban con el apoyo de su importante familia, ni contactos con gente de bien que les suministrara encargos.
Imagino que para muchos debió ser una especie de architects dream donde lo único que había que hacer para seguir en la cresta de la ola, era firmar a tutiplén sin mirar mucho por debajo del felpudo (no fuera que se oliera la mierda) Una pena, sobre todo teniendo en cuenta que la gran oportunidad para utilizar nuestra disciplina para mejorar en algo la sociedad española, fue desperdiciada hasta tal punto que se podría afirmar que la componente social de la arquitectura en España es algo extinto. Y es que a pesar de algunos que me consta podrían citarme varias iniciativas interesantes, no pretendo en este post enumerar excepciones, sino asumir lo que fue norma: detrás de cada chanchullo burbujero, está la firma de un arquitecto.
Por este motivo, se me antoja revolucionaria la idea de recuperar esa sensibilización social perdida. Ese punto de responsabilidad del arquitecto, que debiera haber actuado como freno a la locura, pero que se alistó más bien en el lado de las promotoras sobre-estimuladas por la avaricia de un sistema bancario ávido de beneficios. Nuestra revolución nace asumiendo esa responsabilidad social que nunca debimos perder, pero mirando alrededor y observando el patio, uno percibe otra cosa:
Los arquitectos, tan amantes de nosotros mismos, siempre procedemos del mismo modo. Buscamos el reconocimiento y el apoyo de los nuestros para cualquier iniciativa, y una vez lo conseguimos (o así lo creemos) profundizamos en ese círculo de autocomplacencia y egolatría tan característica del homo arquitecto, estableciendo relaciones entre colegas y creando círculos que aspiran a ser cada vez más amplios, para granjearnos así, cierto estatus dentro de la profesión. ¿Y la sociedad? Pues ahí queda. Reducida a espectador de un circo grandilocuente donde se oyen discursos falaces y se exhiben criaturas deformes.
Cada día nacen montones de plataformas, colectivos, iniciativas (como esta), que pretenden difundir ideas y regenerar nuestra profesión. Una revolución profesional que pretende acercarnos a la sociedad. Buscar conexiones con la gente y explicarles en qué podemos ayudarlos. Demostrar que somos útiles.
Sin embargo, el mensaje no llega.
El mensaje no llega porque ha sido creado por y para arquitectos. Porque lo único que busca es sonar bien entre los nuestros. Porque somos incapaces (o quizás ni siquiera nos interesa) de comunicar con la gente.
¿Tanto nos hemos alejado de la realidad? Yo creo que sí.
Cuando leo el último número de cierta revista (de arquitectura) donde se difunde la labor de numerosos colectivos, sus iniciativas y sus proyectos para estos tiempos de crisis (¿y revolución?), pienso: ¿a quién le estamos contando esto? ¿a los arquitectos? Pues apaga y vámonos.
Y no es que dude de las buenas intenciones de estos colectivos (aunque en algún caso, lo dudo totalmente, sí) pero casi siempre veo el mismo lenguaje formal y la misma pose buenrollista que les llevó a ganar concursos en los tiempos de burbuja. Veo la misma actitud publicitaria orientada hacia el mundo de los europanes hipercomplejos y las casas de colores con distribuciones absurdas. Quizás porque sí, son los mismos que hace apenas tres años, aún luchaban por hacerse un hueco dentro del starsystem arquitectónico.
Quede claro, que para nada pretendo desdeñar el trabajo de mis compañeros, sea cual sea su fin último, pero sí me gustaría dejar claro lo que tiene un fin verdaderamente social (y revolucionario dentro de nuestra profesión) y aquello que no lo tiene. Los tiempos cambian y si antes estaba bien visto diseñar arquitectura divertida e injustificable, ahora el rollito crisis es lo que tira. Por supuesto, hay colectivos muy activos que realizan esfuerzos importantes por proponer y llegar a la gente. Incluso hay algunos que se esfuerzan por marcar diferencias dentro de las ansias totalizadoras del mass media arquitectónico, pero una cosa es clara: la regeneración del oficio y su revolución nunca llegará sin sangre ni muertos (a nivel profesional, se entiende) Muchos van a morir. Otros tendrán que  buscar su redención. Pero nada les podrá devolver el honor perdido durante todos estos años de fiesta, donde de modo imprudente, vendieron su alma al diablo para que toda la profesión, años después, cargara con el peso de esta irresponsabilidad.
Muchos arquitectos, tan torpes para la comunicación con la gente, son sin embargo muy ágiles cambiando de discurso. Aún recuerdo, por poner un ejemplo flagrante, cierto edificio taladrado con enorme bujero, justificado y defendido a las mil maravillas por su co-autora, para cuatro años después, argumentar que aquellos edificios son aberraciones que han creado guetos y que debemos avanzar hacia el reciclaje de espacio y ciudades (WTF?). Obviamente cada uno tiene que buscarse las castañas, pero llegados a este punto cabría preguntarse qué credibilidad tienen algunos “compañeros” de oficio.
Desde mi (para nada) humilde punto de vista, la labor social de la arquitectura tiene mucho más que ver con la pedagogía que con los planos de colores. Hacer ver a la sociedad cómo podemos ayudar, de un modo claro y sobre todo pragmático. Debatir sinceramente. Poner en duda la norma. Criticar y agitar lo que hasta hoy fueron estándares y proponer alternativas viables. Porque si algo debiera saber hacer el arquitecto, es planificar. Exponer objetivos y llevar a la gente de la mano hasta ellos. Tenemos las herramientas y conocemos los caminos. Hay multitud de frentes abiertos como para seguir disertando entre nosotros, y mientras lo hacemos, otros profesionales se están apropiando de nuestro trabajo. Estamos perdiendo oportunidades para contribuir y aportar nuestra experiencia. Seguimos encerrados en nosotros mismos y esto, lejos de mejorar la imagen de la profesión no
s aleja irremediablemente de la gente, a la que en nuestros planos vistosos, pretendidamente estamos sirviendo con propuestas que nunca nos pidieron.
Supongo que esta sería la verdadera revolución. Pero aún está por llegar.
@Mr_Lombao

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